Mis últimos días en Roatán y en
Honduras, fueron los días de ir despidiéndose de toda la gente que
hizo que mi vida en este tumultuoso pero bello país y sobre todo en
la isla, fuera tan especial, desde mi “mara” de Roatán, pasando
por toda la gente de los centros de buceo dónde alguna vez me
desempeñé, l@s
amig@s
más casuales de Roatán, la “mara” de bicipartes, y toda mi
“mara” de tierra firme que se encontraban en La Ceiba y sobre
todo en Tegus. No fueron despedidas multitudinarias (nunca me gustó
ser el protagonista de eventos muy poblado) , eso sí, todas fueron
sentidas y emotivas.
Como no se podía esperar de otra
manera, mi última noche en Roatán, fue una noche en blanco...no
dormí absolutamente nada, ya que hasta unos 30 minutos antes de
tener que salir de la casa ni siquiera había terminado de preparar
el equipaje (yo y mi manía de ir con el tiempo pegado al culo como
diría mi padre) , tras los últimos preparativos fuimos rumbo a tomar el ferry.
Me pasé en la cubierta del ferry casi
todo el trayecto, hasta que Roatán se perdió en la inmensidad del
horizonte, me despedía así por un tiempo aún por concretar de la
que siempre va a ser mi Isla.
Arlene nos fue a buscar al ferry, y de ahí fuimos directos al centro de salud a que me
pusieran la vacuna de la fiebre amarilla (que se ma había vencido hacía unos meses) y después de un desayuno y
hacer unos mandados, fuimos a la casa dónde me pude derrumbar por
unas horas y recuperarme de la noche en blanco del día anterior, de
cara también a la barbacoa que íbamos a hacer esa misma noche.
Arlene y Andrea fueron unas anfitrionas de 10, y a pesar de los
problemas que tuvimos con la electricidad, la barbacoa salió redonda
y además hasta Kun Kun pudo finalmente venir.
Al día siguiente, Mariana, Ceci y yo salimos a primera hora rumbo a Tegucigalpa (Tegus para los amigos), que sería a la postre
el lugar de despedida de Honduras.Tegus es quizás el lugar más inseguro
del país, y no el más pintoresco, pero está dotada de un encanto muy
particular y de un ambiente bohemio completamente diferente al de Roatán, y que es
difícil conocer si no es a través de gente que viva allá, además
de ser por supuesto el lugar dónde viven much@s
de mis amig@s
de Honduras, especialmente mi familia capitalina, Nacho y Mari, a
quienes no veía desde hacía medio año, la última vez que había venido a
Tegus. La idea era pasar el fin de semana de celebraciones previo a
la partida de Carlos y mía.
El viernes empezamos en el mítico
“Había una vez” (no se entiende la fiesta en Tegus sin este
sitio), luego pasamos por el Café Paradiso (uno de los sitios
bohemios de Tegus) donde había música en vivo y terminamos de
fiesta en el hotel Clarion; allí por cierto nos encontramos de
casualidad a otra de mis queridas amigas de Roatán, Waleska.
El sábado, una vez nos despertamos con
la calmita, fuimos a hacer una barbacoa a la casa de Lidia y Nicola
en Santa Lucía; uno de los rincones más pintorescos de Honduras. La
barbacoa se alargó hasta la madrugada entre alitas de pollo,
choripanes, birrias, tragos,galletas oreo, y por supuesto dramas
latinos, la salsa de la vida.
A la mañana siguiente, y tras
adecentar un poco la casa de los desmanes de la noche anterior,
disfrutamos de un desayuno catracho rodeados de la paz y la serenidad
del lugar.
Ya por la tarde fuimos a tomar un
cafecito a Santa Lucia, y luego fuimos a casa de Nacho y Mari a pasar
la última noche en Honduras por un tiempo....
El lunes 2 de abril, se sucedieron las
últimas despedidas, y Carlos y yo partíamos hacía Las Manos
(frontera con Nicaragua) previo paso de llenarnos el estómago con
unas míticas baleadas de la Kennedy.
Ya por la tarde; más de lo que
habíamos planeado, atravesábamos la frontera y nos despedíamos de
mi querida Honduras, nuevos horizontes se abrían paso.
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